El duelo es una respuesta normal ante la pérdida de un ser querido, y no debemos imponernos tiempos límites para aprender a vivir con ella ni tampoco presionarnos para superar el dolor. “Es una herida que si no la curamos se infecta, se pudre y se traduce en lo que el sufrimiento me hace sufrir y yo hago sufrir a los demás. En cambio, elaborar el duelo es un acto activo que sana; es como reciclar del sufrimiento. Es calidad de vida”, explica la licenciada María Alejandra Acosta, quien es enfermera especialista en terapias de duelo e integra el equipo del Ministerio de Salud de la Provincia que ayuda a los familiares de pacientes que mueren por c}ovid-19.
“Lo primero que necesitamos hacer es empezar a llamar a las cosas por su nombre. Cuando usamos eufemismos, estamos negando la dura realidad que nos toca vivir. La mayoría usamos la frase ‘lo he perdido’. Nuestros seres queridos fallecidos no están perdidos; los perdidos somos nosotros que no sabemos qué hacer ni cómo seguir con tanto sufrimiento. Cuando decimos ‘mi ser querido murió’ estamos confrontando a la mente a interpretar los hechos tal cual son y eso nos ubica en el primer paso para elaborar un duelo saludable”, arranca.
-¿Las fechas como la Navidad pueden agregar una dosis extra de angustia en la elaboración de un duelo?
- Sí. Pero la única forma de salir del sufrimiento es sufriendo. Hay que hacerlo sanamente para dejar de sufrir. Para muchas personas, esta será la primera Navidad sin él, sin ella (sólo por coronavirus murieron casi 1.400 tucumanos en los últimos meses). Sería bueno poner el foco en lo que significa la Navidad: es el Nacimiento del Hijo de Dios. Y qué mejor momento que éste para anidar a Cristo en nuestros corazones. Si me pongo “yo en el centro, con mi sufrimiento”, se pierde el verdadero sentido de la celebración y puede intensificar el sufrimiento.
- ¿Sirve acudir al recurso de la silla vacía o es preferible evitar hablar de los seres queridos que murieron?
- Colocar una silla vacía que “represente a mi ser querido muerto” puede ser un recurso que alivie pasajeramente el dolor de la ausencia. Por el contrario, puede dejarnos centrados en la ausencia y hacernos sufrir más. Usar este recurso depende de lo que elija la familia. Hay que recordar que el sufrimiento busca alivio, pero no la sanación de la herida que deja la muerte de un ser amado. Evitar nombrarlo, por otro lado, puede intensificar la pena, ya que la ausencia es aún mayor si no nos permitirnos recordar a los que faltan.
-¿El duelo puede ser más duro si todos festejan algo?
- Cuando el sufrimiento traspasa la dimensión social es frecuente buscar la soledad y el silencio. Nadie puede hacer el duelo por otro, pero nadie debe hacer el duelo sólo. Es importante elegir a las personas con las que queremos compartir este tiempo. Y reconocer que no se ama menos por celebrar más o disfrutar más. Nuestros muertos no se llevaron nuestro derecho a gozar de la alegría de la vida. No podemos morirnos con ellos. Todos tenemos nuestra hora. Por ahora, estamos vivos y elegir la vida, la alegría y el disfrute son necesarios para sanar la herida.
- ¿Puede parecerle a uno que sufrir en las fiestas es un retroceso de todo lo que ido avanzando en su proceso de duelo?
- El proceso de elaboración del duelo es un camino que tiene altos y bajos. Vamos a experimentar muchas recaídas. Hay fechas claves, muy particulares, que agregan más sufrimiento. El tiempo no cura la herida. Lo que cura la herida es lo que la persona decide hacer en ese tiempo para sanar. Poco a poco la serenidad vuelve a nosotros. Todos tenemos una caja interior de herramientas que nos proporciona la elaboración del duelo y recordar siempre: o yo domino al sufrimiento o el sufrimiento me domina a mí. Si un día lo pasamos peor que el anterior, no significa que hemos recaído. Lo que nos hace recaer es persistir en el decaimiento.
- ¿Existe una forma correcta o incorrecta de lidiar con las ausencias significativas en estas fiestas?
- En la elaboración del duelo vamos a experimentar varios obstáculos. Es importante identificarlos y trabajarlos personalmente. Imaginemos a nuestro ser querido desde el cielo: ¿le gustaría vernos en la familia, en el trabajo, en las fiestas, tristes? ¡Seguro que no! Podemos saltearlas, evitarlas o aturdirnos con nuestros problemas. Sólo podremos crecer confrontándonos con ellas (las fiestas). De nada sirve saltearlas ya que siempre habrá una “primera fiesta” hasta que logremos superarla. Hay que aprender a desapegarse, a purificar el amor, a amar en la ausencia, a perdonar y perdonarse para librarse del sentimiento de culpa presente en todo duelo, a cuidar la salud, a hablar de lo que se siente, a tenerse paciencia y ser paciente con los demás, volver a sonreír, a pedir ayuda y a buscar ayuda de un profesional de la salud mental si es necesario.
- ¿Qué se puede recomendar? ¿Está bien si uno decide que no quiere participar de los festejos?
- Así como cada nacimiento es único, cada duelo es único y muy personal. Nadie está preparado para la muerte de los seres queridos, ni para la propia muerte. No podemos detener la muerte de un ser querido, pero sí podemos elegir qué actitud tendremos ante ella. Hay que darse permiso también para decidir no participar de los festejos; sobre todo cuando la muerte del ser querido es muy reciente. Es imprescindible hablar con la familia. El silencio aumenta el sufrimiento. Llorar es la manifestación física de la tristeza que produce la muerte del ser querido. Llorar no es signo de debilidad; muy por el contrario, llorar muestra la fuerza de la vida en el vínculo que me une a la persona amada. El duelo, duele y es el fruto de un “amor herido” y sanar esas heridas abiertas es el camino para vivir en plenitud y con felicidad. Si no sanamos las heridas nuestra calidad de vida se reduce a “sobrevivir, a subsistir”, lastimándonos aún más y lastimando a los que nos rodean.
- ¿Es recomendable hacer algo en honor de la persona que hemos perdido?
- En este tiempo de pandemia no hubo despedidas, velatorios ni rituales a los que estábamos acostumbrados. Por eso, es necesario y recomendable hacer algunos rituales en honor a la persona amada que ha muerto. Pueden ser estos ejemplos:
Un rincón de los recuerdos: buscar un lugar de la casa y colocar una mesita con fotos, flores, una vela y destinar ese lugar para recordarlos, llorar si tenemos ganas, hablar, aquí nos damos permiso para lo que cada persona considere necesario.
Una carta: escribir en familia una carta contando todo lo que sentimos, lo que hicimos, lo que nos falta por hacer, un nuevo proyecto de vida, todo lo que queramos decirles. Hacer que participen nuestros niños; es fundamental porque ellos viven los duelos de los adultos y cuanto más saludables sean nuestros duelos más saludables serán los duelos en los niños. Hablarles siempre con la verdad tal cual es. Que le hagan dibujos, por ejemplo. Luego, antes de las 12 de la noche, quemar juntos las cartitas; imaginar que el viento es nuestro cartero que lleva nuestros mensajes a través del humo.
Celebrar una Misa en su honor, oraciones o plegarias según las propias creencias. Visitar el cementerio. No se ama más porque se llora más ni porque idealicemos a la persona fallecida ni por estar todo el día hablando de ellos. Retenerlos no es tenerlos. Cerraremos la puerta del ataúd pero abriremos la ventana a la esperanza. Si somos creyentes podremos decir a-Dios, hasta que llegue ese momento donde volveremos a reencontrarnos en la plenitud de los tiempos.